Había una vez una cascada que vivía en lo alto de una montaña. Era una cascada muy feliz, porque le encantaba sentir las grandes piedras de los molinos girando con la fuerza de su agua, a los campesinos con sus sacos de trigo, y a los niños jugando en sus orillas.
La cascada tenía muchos amigos, pero su mejor amigo era un niño llamado Diego. Diego era un niño muy valiente y curioso, que le gustaba explorar la montaña y descubrir sus secretos. Diego y la cascada pasaban muchas horas juntos, compartiendo aventuras y aprendiendo cosas nuevas. La cascada hablaba a Diego, y Diego hablaba a la cascada.
Un día, Diego le dijo a la cascada que tenía que irse del pueblo, porque su familia se mudaba a otro lugar. La cascada se puso triste, pero lo entendió. Le dijo que lo esperaría siempre, y que le mandaría sus besos con el viento. Diego le dio un gran abrazo a la cascada, y le prometió que muy pronto volvería.
Pasaron los días, y la cascada seguía esperando a Diego. Pero algo extraño empezó a pasar. El cielo se volvió azul intenso, y el sol empezó a brillar como nunca antes lo había hecho. El viento parecía fuego, y las nubes desaparecieron por completo. La lluvia dejó de caer, y el arroyo perdió su fuerza. La cascada empezó a sentirse débil.
La cascada no entendía qué estaba pasando. ¿Por qué el clima había cambiado tanto? ¿Por qué el arroyo se estaba secando? ¿Y dónde estaba Diego?
La cascada se enteró de la verdad por un pájaro que le contó lo que había visto. Resulta que un hombre había hecho un gran pozo junto al manantial que alimentaba el arroyo, y lo había secado por completo con una bomba que extraía con fuerza el agua de las entrañas de la tierra. El hombre quería quedarse con toda el agua para él solo, sin reparar en el daño que causaba.
La cascada se indignó al saber lo que estaba pasando. ¿Cómo ese hombre podía robarle todo el agua, parar los molinos, dejar sin pan a los campesinos, sin beber a los animales, sin jugar a los niños y a las niñas? ¿Cómo de un día para otro podía acabar con tanta vida?
La cascada quiso enfrentarse al hombre, y pedirle que devolviera el agua al arroyo. Pero no pudo hacerlo, porque ya no tenía fuerzas para moverse. Se resignó a su destino, y sintió un gran dolor en su corazón.
La cascada cerró los ojos, y recordó los momentos felices que había vivido con Diego y con tantos otros niños y niñas a lo largo de sus miles de años de vida. Recordó las risas, los juegos, las aventuras, los besos. Recordó lo mucho que quería a Diego y a los campesinos, y lo mucho que los extrañaba. Recordó lo bonita que era la vida cuando los rayos del sol se deslizaban brillantes sobre la superficie de su agua.
Una noche oscura la cascada suspiró, y dejó de fluir. Su cuerpo se convirtió en piedra, y su alma se elevó al cielo. La cascada había muerto.
Al día siguiente Diego volvió a la montaña. Tenía muchas ganas de ver a la cascada, pero cuando llegó al lugar donde solía estar, no la encontró. Solo vio una roca gris y seca, rodeada de silencio.
Diego no podía creer lo que veía. ¿Qué había pasado con la cascada? ¿Dónde estaba su amiga? ¿Dónde estaba su alegría? Se acercó a la roca, y la tocó con su mano. Sintió una tristeza infinita, y supo que la roca era la cascada. La roca era todo lo que quedaba de ella.
Diego se echó a llorar, y abrazó a la roca con todas sus fuerzas. Le pidió perdón por haberla dejado sola, y le dijo que la quería mucho. Le dijo que nunca la olvidaría, y que siempre estaría en su corazón. Lloró tanto que sus lágrimas formaron un pequeño charco en el suelo. El charco creció poco a poco, hasta convertirse en un arroyo. El arroyo siguió creciendo, hasta convertirse en un río. El río siguió creciendo, hasta llegar al pie de la montaña.
Allí, el río encontró una semilla enterrada en la tierra. Era una semilla mágica, que había caído del cielo el día que la cascada murió. El río regó la semilla con sus lágrimas, y la semilla empezó a germinar.
De la semilla salió una planta, que pronto se convirtió en un árbol. El árbol creció y creció, hasta alcanzar la cima de la montaña. Era un árbol muy especial, porque tenía flores de todos los colores, y frutos de todos los sabores. El árbol era el árbol de la vida, y tenía el poder de dar vida a todo lo que tocaba.
El árbol tocó con sus ramas la roca donde estaba la cascada, y el agua empezó a brotar de la roca, y formó una nueva cascada. La cascada era igual que la antigua Cascada de los Molinos, pero más grande y más bella. La Cascada de Los Molinos había renacido, y ahora tenía el poder de dar vida a todo lo que regaba con su agua fresca y cristalina.
La cascada sintió a Diego, allí a su lado. Diego abrió los ojos. No podía creerlo ¿Era posible que la cascada hubiera vuelto? ¿Era posible que su amiga estuviera viva? Se levantó, y vio su agua cristalina, sus burbujas y sus arcoiris. Vio su sonrisa, y escuchó sus carcajadas. Vio su alegría, y sintió su amor.
Diego se emocionó, y corrió hacia la cascada. La besó con fuerza, y le dijo que estaba muy feliz. Le dijo que la había extrañado mucho, y que nunca más la dejaría. Le dijo que la quería mucho, y que siempre estaría con ella.
La cascada y Diego se fundieron en un beso, y se llenaron de felicidad. El sol volvió a brillar, y el cielo volvió a llenarse de nubes blancas. La lluvia volvió a caer, y el río volvió a correr. Las piedras de los molinos volvieron a girar y los campesinos volvieron a aparecer con sus sacos de trigo. Todos celebraron el milagro de la vida, y agradecieron a Diego sus lágrimas y su bondad.
Espero que te haya gustado el cuento. Cualquier parecido con lo que está sucediendo en la Sierra de Aracena, con motivo del pozo que ha hecho Giahsa en julio de 2023 junto al manantial del arroyo Fuente del Rey, que ha secado por completo la Cascada de los Molinos es lógicamente pura coincidencia fruto del azar.
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Cascada Molinos tras la puesta en marcha del pozo de Giahsa en julio de 2023
Cascada Molinos antes de la puesta en marcha del pozo de Giahsa en julio de 2023